La desdramatización de la muerte. Como en el Día de los Muertos.
Morir es una de las cosas más normales que les suceden a todos los seres vivos, y sin embargo los humanos tenemos por costumbre hacer todo un drama alrededor de la muerte. El tema es incluso tabú en algunos contextos. Pocas veces pensamos en que el problema de la muerte no es, o no debería ser, la propia muerte, porque los muertos no sienten nada, sino la de los otros. Por el dolor que nos causa.
Por fortuna, hay casos en los que la muerte no es un hecho tan dramático. Ahí está el Día de los Muertos. Pero tuve que pensar en esto especialmente el otro día leyendo en la prensa un artículo sobre una anciana de noventa y pico de años que pidió ser eutanasiada. Algo legal en los Países Bajos. Después de hacer todos los trámites de rigor, a la señora le aprobaron la eutanasia y le dieron fecha de ejecución. Sí, ejecución. No con el sentido de ajusticiamiento, sino de cumplimiento. Pero como en el país estaban próximas a realizarse las elecciones, la señora pidió unos días de aplazamiento de la eutanasia para tener la oportunidad de votar. Por supuesto, le contestaron.
Esto me hizo recordar el caso de mi amigo, el artista Miguel Ángel Cárdenas que hace unos años pidió también que le practicaran una eutanasia por razones de una enfermedad degenerativa. Unos días antes de la fecha final, Cárdenas recibió la invitación a la fiesta de cumpleaños de una buena amiga suya. Cárdenas, que adoraba las fiestas, la buena comida, los buenos vinos, a punto de dar el paso al más allá, decidió que él no podía perderse esa fiesta, allí estarían sin duda muchos amigos suyos. La muerte podía esperarlo un par de días. Y así fue. Yo no creo que haya muerto contento, pero al menos sí contento de haber podido ir a la fiesta.
Los vivos, aunque estemos a punto de morir, vivimos cien por ciento en el mundo de los vivos. Si hay elecciones, queremos votar; si hay una fiesta, queremos ir a festejar, aún sabiendo que al día siguiente estaremos tiesos esperando turno en el horno de cremación.
En el uso de la lengua, uno se puede morir de muchas maneras: morir de risa; morir de amor, morir de hambre; morir de sueño; morir de miedo; morir de pena o de vergüenza, y otras más. Pero en ninguno de esos casos uno se muere de verdad, solo parece que nos ponemos en un estado extremo que por diversas razones asociamos con la muerte. Aunque ha habido casos de gente que se ha muerto de risa, porque en algún momento no le ha llegado suficiente oxígeno a los pulmones, y aunque hay muchos casos de gente que se muere literalmente de hambre, la verdad es que no son estos últimos los que suelen usar esa expresión. También se podría decir, morir de felicidad. Y si pudiéramos llevar la lengua a la realidad, esta sería la muerte más deseable, la más dulce.
La muerte es el extremo final de la vida, su último punto, ese donde concluye la historia personal de un individuo. La mayoría de la gente no quiere llegar nunca a ese último punto, y busca retrasarlo en lo posible. Pero hay una minoría que por diversas razones busca acelerar la llegada al punto final. Entre estos están, claro, en primera instancia los suicidas, esos que a cualquier edad deciden que no pueden seguir más y tiran la toalla. Recuerdo a un compañero de clase cuando estaba en la universidad que tenía unas tremendas tendencias suicidas. Hablaba tanto del asunto de su inminente suicidio que ya nadie le creía, y le tomábamos el pelo. Sobre todo cuando repetía aquella frase de no sé qué poeta, “Muere joven y serás un bello cadáver”. Como si a uno después de muerto le importara el aspecto de su cadáver. Bueno, él insistía en que quería morir joven, en todo caso antes de los treinta. Finalmente un día se cortó las venas en la bañera. Tenía 26 años. No debió ser nada divertido para su familia, pero según la carta que les dejó, él se alegraba de desaparecer.
Desaparecer. Quizás ese sea el término más adecuado para el hecho de morir. Tiene una connotación menos dramática. Hace pensar más en un juego de mesa en el que tu ficha en algún momento es expulsada del tablero. No puedes seguir jugando más. Te vas.
En vez de morirse de risa, ¿no sería mejor reírse del morir? Como hacen los mexicanos en el Día de los Muertos.




