Cecilia Gallerani, la monalisa del castillo de Wawel

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La dama del armiño, Leonardo da Vinci (1482)

Cuando le preguntaron a Hans Frank, uno de los 24 líderes nazis acusados en el juicio de Núremberg en 1946, si pensaba robarse este cuadro, contestó: «No, no puedes robar una Mona Lisa». La dama del armiño es una de las pocas obras de rostros femeninos que pintó da Vinci. Es menos famosa que la Gioconda pero su valor es igualmente incalculable. Hay varias versiones sobre quién puede ser esta dama, y la más aceptada es que se trata de Cecilia Gallerani, 16 años, amante del duque de Milán, Ludovico Sforza. Se dice que su mirada al vacío, su insinuada sonrisa y su belleza son tan enigmáticas como las de su compañera Mona Lisa. Otros creen ver en su cara una actitud de enfado. ¿Por qué estará rabiosa?

CalleEsteOesteComo es bien sabido, los nazis bien educados tenían debilidad por las obras de arte. Hans Frank, el más alto representante de Hitler en Polonia, no fue una excepción. Sentía una verdadera fascinación por la belleza y el simbolismo de Cecilia Gallerani, y en cuanto se le presentó la oportunidad, se llevó el cuadro al castillo de Wawel en Cracovia que era en ese momento su residencia. Según cuenta Philippe Sand en su extraordinario libro Calle Este-Oeste*, el gobernador nazi lo colgó en su despacho para admirarlo diariamente. Pero no todos los habitantes de Wawel sentían la misma fascinación por Cecilia. A Niklas, el hijo menor del nazi que en ese entonces tenía cinco años y crecería despreciando a su padre, le atemorizaba aquella criatura que la mujer sostenía en brazos y que parecía una rata. Pero sobre todo le molestaba que su padre insistiera en que se peinara como Cecilia.

En enero de 1945 los soviéticos entraron en Cracovia poniéndole fin al dominio nazi de la ciudad. En su precipitada huida, Hans Frank metió en su maleta a La dama del armiño. Un año más tarde, en el juicio de Núremberg dijo que se la llevaba no para robarla sino como prevención para protegerla. Al oír esto, sus compañeros nazis en el banquillo sonrieron con sorna. El ‘carnicero de Polonia’ fue condenado a la horca, y no precisamente por intentar secuestrar a Cecilia.

El caso es que esta dama de Leonardo ha sido parte de la historia turbulenta de Polonia desde el momento en que el príncipe polaco Adam Czartoryski la compró durante unas vacaciones en Italia en 1798. Desde entonces el cuadro quedó integrado en la colección, y en la suerte, de la familia Czartoryski en Polonia. Así pues, cuando los rusos volvieron a ocupar el país en 1831, la familia se exilió en Francia llevándose a Cecilia y toda la colección. Hasta 1878, cuando la historia volvió a cambiar de curso y los polacos recuperaron las riendas del país. La colección quedó alojada en el Museo Czartoryski de Cracovia hasta la próxima invasión extranjera de Polonia, esta vez a cargo de los alemanes en 1939. En esta ocasión La dama del armiño fue a dar a Berlín, y después de algunos desplazamientos más dentro de Alemania, el comandante Hans Frank decidió llevarla de nuevo a Polonia, pero esta vez para su deleite personal en el castillo de Wawel. Con la huida de Frank al final de la guerra, la dama volvió a Alemania por un corto tiempo hasta que fue restituida a Cracovia en 1946. Desde entonces se la considera como una de las joyas artísticas más valiosas de la ciudad.

Un detalle más es que el óleo estuvo colgado de nuevo un par de años en el castillo de Wawel, a la espera de que terminaran las obras de reconstrucción del Museo Czartoryski, en el que se encuentra desde diciembre de 2019 junto con la colección completa de esa aristocrática familia. Ahora lamento no haberla visto cuando estuve en septiembre de 2019 en Cracovia con unos amigos. Visitamos, naturalmente, el castillo de Wawel con su enorme cantidad de arte antiguo, la colección de tapices jagellones holandeses y flamencos, pero, ¡ay!, ya no estaba allí La dama del armiño. Según me entero en Internet, Cecilia Gallerani tiene ahora incluso un cuarto propio en el museo, y si alguien la quiere ver debe reservar con anticipación la hora de visita.

*En el pasado, el derecho internacional ‘permitía’ a los Estados decidir cómo tratar a sus ciudadanos. Podía matarlos, por ejemplo, amparándose en su soberanía. Este libro reconstruye el surgimiento en el derecho internacional de los conceptos de Genocidio y Crímenes contra la Humanidad, después de la II Guerra Mundial, que pone freno a tal soberanía. Le doy las gracias a mi amiga Elena Marconi por regalarme esta obra cuya apasionante lectura me hizo olvidar que estamos atravesando por un periodo de confinamiento por la pandemia.

 

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